El reino de las sombras Capítulo 1

Capítulo 1




El astro rey asomaba, y a su paso creaba amplias sombras que cubrían gran parte del lugar, entre ellas, más específicamente, una casa apartada de las murallas del reino de Aragoria.


Este reino rompía todos los esquemas, pues era el único que contaba con una sola gobernante, en este caso, una reina: Eva, conocida como la reina arquera. Era llamada así porque era la mejor tiradora con arco de todo el reino.


En la casa predominaba la oscuridad. En una esquina, se encontraba una figura alta con una armadura negra como la noche y unos ojos rojos que iluminaban el ambiente sombrío. Llevaba una espada de casi metro y medio, negra como la oscuridad misma. A pesar de ser delgada, era pesada y muy resistente. Este guerrero era conocido en el reino como el Caballero Oscuro, un guerrero de élite famoso por sus hazañas cazando dragones. Había luchado en innumerables guerras y nunca se retiraba ante el peligro.


El caballero salió de la casa, emprendiendo su camino hacia Aragoria, mientras reflexionaba sobre lo que le dirían en el Comité de Héroes del reino. Había recibido una carta manuscrita por la reina, informándole de una reunión para discutir una supuesta "amenaza", que aún no había sido explicada.


No tardó en llegar a los portones de la fortaleza, donde lo esperaba Voltrex, su viejo amigo, un guerrero de dos metros de altura que portaba una gran espada de color azul. Voltrex era conocido por su increíble fuerza en las piernas. A pesar de los treinta kilos que pesaba su armadura, podía correr a la velocidad de un galgo. Era el más rápido del reino, y cualquiera que pensara en enfrentarse a él, debía reconsiderarlo, pues por muy rápido que corriera, Voltrex lo alcanzaría.


Los dos guerreros caminaron juntos, alegres por reencontrarse después de un año sin verse. En ese tiempo, la paz había dominado, y no habían tenido la oportunidad de luchar lado a lado.


—Cuánto tiempo, Caballero Oscuro...  

—Lo mismo podría decir yo, Voltrex.  

—Me hubiera gustado verte antes, como amigos, no como guerreros.  

—Es lo que somos. Tendremos que cumplir con ello.  

—No puedo discutir eso. Elegimos nuestro oficio y cargamos con él. Pero cambiando de tema, ¿ha ocurrido algo interesante mientras no estábamos juntos?  

—Si ves interesante controlar las mercancías que llegan a Aragoria, entonces sí, pero aparte de eso, nada en particular...  

—Yo, en cambio, he tenido la "misión", si se le puede llamar así, de vigilar las fronteras del reino de los orcos, pero parece que esta vez han decidido respetar la barrera. Aunque no ha habido conflictos, no es lo más emocionante que uno puede hacer.


Al llegar a las puertas del castillo, los dos guardias se sorprendieron al verlos y abrieron las puertas de inmediato. Los guerreros caminaron escoltados hacia la sala de reuniones. Al entrar, vieron la sala de siempre: amplia, con una mesa y nueve sillas. Sin embargo, solo estaban presentes la reina arquera, Astrus y Kramber.


Astrus era el representante de la Legión de los Magos, seres que, a pesar de lo que muchos pensaban, mantenían el equilibrio con su mayor arma: los elementales. Astrus era alto y delgado, con una capa roja que le cubría la espalda. Su piel morada y sus ojos naranjas le daban un aire imponente. Era frío y desconfiado, pero en una misión, nunca fallaba.


Kramber, por otro lado, era el bufón de la corte. Aunque pasaba el rato contando chistes, nadie quería enfrentarse a él en combate. A pesar de ser delgado como un palo, manejaba con destreza un mazo de madera casi tan grande como él. Tenía la piel pintada de blanco, con ojos de un tono rosa, y vestía un traje de bufón negro y morado.


El Caballero Oscuro se sentó en una de las sillas más cercanas a la reina, mientras que Voltrex se acomodaba enfrente de él. La reina hizo un gesto de saludo y se levantó para hablar.


—Bien, señores, os he reunido para hablar de un tema importante. Aitor...


Todos miraron a la reina arquera, que quedó inmóvil, esperando la reacción del resto.


Kramber, siempre sarcástico, se levantó con una sonrisa en el rostro.


—¿Aitor? ¿Ese es el nombre del temido? Jajaja, qué decepción. Pensaba que sería algo como "Alastor" o "Arrivalator", pero ¿Aitor? ¡Es ridículo!


La reina arquera le lanzó una mirada amenazante.


—¿Acaso sabes por qué este año los orcos no nos han atacado? —le preguntó, con voz firme—. Pues yo te lo digo: los orcos han sido exterminados. Quedan unas pocas decenas, y en rápido descenso. ¿Sabes quién ha acabado con ellos? Aitor, el mismo Aitor.


El semblante de Kramber, y de todos los presentes en la sala, cambió de incertidumbre a terror.


—Mi reina —intervino Voltrex—, con todo respeto, he estado todo el año vigilando las barreras y las fortalezas de los orcos, y no he visto ningún movimiento de un ejército que no fuera de los orcos.


—¿Quién dijo que fuera un ejército? —replicó la reina, clavando sus ojos en los de Voltrex.


El Caballero Oscuro se levantó de su silla, empuñando su espada.


—¿Mi señora, está insinuando que ese tal Aitor ha acabado con uno de los reinos más peligrosos solo?


—Ojalá no fuera así, pero sí, es cierto. No sabemos de dónde procede, solo hemos descubierto su nombre en una carta de ayuda de los orcos. Tampoco conocemos sus... —La reina fue interrumpida por Astrus.


—¡Deteneos! —gritó el mago con urgencia.


—No interrumpas, Astrus...


—¡No lo entendéis! El nombre de Aitor ha sido temido por todos los magos desde hace generaciones...


—¿Entonces tienes información sobre él? —preguntó Kramber, desesperado.


—Sí. Los poderes de Aitor son simples, pero devastadores. Posee una agilidad sobrehumana y una fuerza descomunal. Pero lo más importante es su habilidad para recolectar almas. Recolecta las almas de sus víctimas, fortaleciendo sus poderes. Controla esas almas a su voluntad. En todas las guerras en las que ha participado, solo un sobreviviente logró escapar. Él contó que quien ve su rostro, no vuelve a respirar jamás.


La reina arquera miró rápidamente a todos los presentes.


—Bien, esto es lo que haremos: Astrus, regresa a tu reino. Sé que el viaje hasta la Ciudadela Oscura es largo, pero necesitaremos a los elementales. Voltrex y el Caballero Oscuro...


—Me llamo Merk —interrumpió el caballero.


—Bien, Merk y Voltrex, iréis al reino de los orcos, o lo que queda de él. Rescatad a los pocos orcos que sobrevivan y llevadlos a los Salones Enanos, nuestro reino aliado. Kramber y yo daremos la voz de alarma y prepararemos todo para una posible invasión.


Astrus salió disparado hacia las afueras. Montó su caballo y se marchó a galope. Mientras tanto, Merk y Voltrex corrieron hacia las barreras que delimitaban el reino de los orcos.


Durante el trayecto, Merk no podía dejar de pensar en el asunto. ¿Cómo sería Aitor? ¿Qué aspecto tendría? ¿Acaso se lo encontraría en esta misión? ¿Sería este su final?


Al llegar al reino de los orcos, la desolación era evidente. El silencio era sepulcral; ni el viento parecía atreverse a soplar. El tiempo parecía haberse detenido. Los dos guerreros buscaron sin descanso algún signo de vida.


—¡Mira, Voltrex! Allí hay dos orcos. —Merk corrió hacia ellos para socorrerlos, pero Voltrex se desvió, caminando en dirección opuesta.


—Me ha parecido ver otro orco por aquí —se excusó Voltrex, desapareciendo tras una esquina.


Pero entonces, una voz grave resonó en todas partes:


—Buenas, Voltrex... o debería decir, Erick.


Voltrex se paralizó. La voz lo había llamado por su verdadero nombre, uno que pocos conocían.


—¿Cómo lo sabes? ¿Dónde estás? —preguntó, angustiado.


—¿Acaso creíste que, por llevar una armadura y otro nombre, no te reconocería, viejo amigo?


—¿Qué quieres?


—Solo hablar, Voltrex. Solo hablar...


—¿Y si no lo hago? —preguntó Voltrex, su tono de voz revelaba tensión mientras su mirada barría la oscuridad, intentando identificar a la fuente de esa voz maldita.


—Oh, Voltrex... —la voz se alargó, cargada de una siniestra calma—. Si no lo haces, tu querido amigo Merk podría acabar siendo el último de los suyos, y su cabeza quedaría como una nueva pieza en mi colección.


Voltrex, respirando pesadamente, apretó los puños bajo el peso de su armadura. Sabía que esa no era una amenaza vacía. Aitor, o quien quiera que fuera, estaba hablando en serio. El guerrero cerró los ojos por un segundo, haciendo lo impensable: negociar con su enemigo.


—Está bien. Hablemos. ¿Qué es lo que quieres?


Mientras tanto, Merk se encontraba frente a los dos orcos, quienes, aunque armados, estaban temblando. Sus ojos salvajes no parecían los de guerreros temidos, sino los de criaturas desesperadas. Merk, tratando de calmarlos, les preguntó:


—¿Dónde está Aitor? ¿Por dónde ha ido?


Uno de los orcos, con su mandíbula temblorosa y ojos desorbitados, levantó una mano temblorosa y señaló en la dirección en la que Voltrex había desaparecido.


—Por allí... —balbuceó el orco—. Pero no vayas. Él... es peor que la muerte...


Merk sintió un escalofrío recorrer su espalda. Voltrex estaba en peligro. Sin perder más tiempo, salió corriendo en la dirección indicada, temiendo lo peor. Mientras corría, su mente no dejaba de formular preguntas: ¿Cómo sería Aitor? ¿Podría enfrentarlo? ¿Sería este su final?


Llegó a la esquina justo a tiempo para oír las últimas palabras de la conversación entre Voltrex y la voz misteriosa.


—... esta vez te salvas, viejo amigo —dijo la voz de Aitor, resonando por todo el lugar—, pero pronto recibirás noticias de mí. Ten paciencia…


El Caballero Oscuro llegó junto a Voltrex, jadeando ligeramente. Sus ojos se encontraron, y ambos sintieron el alivio de saber que el otro estaba a salvo.


—Voltrex, este lugar no me da buena espina. Debemos salir de aquí.


—Tienes razón, Merk. Vámonos. Regresemos con los orcos, si es que aún siguen allí.


Ambos guerreros se apresuraron hacia el lugar donde habían dejado a los dos orcos, pero al llegar, el horror los detuvo en seco. Los orcos ya no estaban allí.


El aire se llenaba de gritos de dolor que parecían venir de todas partes. Merk y Voltrex intercambiaron miradas de alarma, y sin pensarlo dos veces, corrieron siguiendo el rastro de los gritos, persiguiendo algo que no podían ver. El ruido de huesos que se movían con torpeza y el eco de risas macabras llenaban el ambiente.


—¡Rápido, Merk! —gritó Voltrex, mientras ambos se adentraban en las ruinas del castillo orco. Al llegar, se detuvieron bruscamente.


En el techo de la sala principal había un enorme agujero, como si algo hubiera explotado desde dentro. Los escombros yacían esparcidos por el suelo. De repente, un susurro grave y profundo resonó en la estancia, como si proviniera del más allá.


Ambos guerreros alzaron la mirada justo cuando un esqueleto, armado con una espada oxidada, cayó desde el agujero del techo, aterrizando con agilidad sobre Voltrex, como un mono que se abalanza sobre su presa.


—¡¿Qué demonios es esto?! —Voltrex gritó mientras intentaba zafarse del esqueleto, que lo golpeaba con fuerza desmedida.


—¡Cuidado, Voltrex! —Merk gritó, desenfundando su espada y corriendo en su ayuda, pero más esqueletos empezaron a caer del boquete, llenando el salón con su presencia macabra. Antes de que los guerreros pudieran reaccionar, decenas de esqueletos los rodearon, empuñando armas antiguas y oxidadas.


En medio de la confusión, dos esqueletos más, portando enormes piedras del tamaño de un bebé, las arrojaron sobre los guerreros. Los impactos fueron certeros. Merk y Voltrex cayeron al suelo, inconscientes


Merk fue el primero en abrir los ojos. Se encontraba en una sala oscura, con las paredes resquebrajadas y la atmósfera densa, como si el aire estuviera impregnado de muerte. Voltrex yacía a su lado, ya despierto también, pero aún aturdido.


—¿Sabes dónde estamos? —preguntó Merk, su voz era apenas un susurro, cargado de confusión.


Voltrex, aun adolorido, se levantó, mirando a su alrededor.


—Sí... estamos en la Fortaleza del No Muerto.


—¿La qué?


—La Fortaleza del No Muerto —repitió Voltrex, su voz grave y seria—. Este lugar pertenece a uno de los reyes más antiguos y poderosos: el No Muerto, el rey de los esqueletos. Junto con su reina, ha acabado con innumerables ejércitos. Aquí, cuando alguien muere, su alma puede pertenecer a otro, pero su esqueleto le pertenece a él...


Antes de que Voltrex pudiera terminar su explicación, una voz grave y espectral resonó detrás de ellos:


—Parece que alguien me conoce bien...


Ambos guerreros se giraron rápidamente y vieron una silueta imponente, sentada en un trono decrépito. La figura estaba envuelta en sombras, y aunque su rostro permanecía oculto, su presencia llenaba la sala de una sensación de muerte inminente.


—¿Dónde están nuestras armas? —preguntó Merk, preparándose para luchar si era necesario.


—En vuestras espaldas —respondió la figura sombría—. No quiero mataros. De hecho, estoy aquí para ofreceros una oportunidad. Un favor que haréis, os guste o no...


Merk y Voltrex intercambiaron miradas rápidas, sus manos ya preparadas para empuñar sus espadas.


—¿Por qué deberíamos aceptar? —replicó Merk, con desdén en su voz—. No somos tus sirvientes ni tus esclavos.


El No Muerto se rió, un sonido seco y perturbador, como huesos que crujen.


—Oh, no... no sois mis esclavos... todavía. Pero si no aceptáis mi oferta, lo seréis, y no por elección. —El rey de los esqueletos se inclinó hacia adelante, sus ojos brillaban desde la oscuridad—. La amenaza de Aitor no es algo que podáis enfrentar solos. Ni siquiera con todos los ejércitos de Aragoria. Él es un destructor de mundos, un recolector de almas. Si queréis tener alguna oportunidad, necesitaréis mi ayuda.


Los guerreros permanecieron en silencio, procesando lo que acababan de escuchar.


—¿Qué tipo de ayuda? —preguntó finalmente Voltrex, receloso.


—Os daré la capacidad de combatir a sus almas. Aquel reino que habéis visto es solo el comienzo. Aitor posee un ejército de demonios que se alzan bajo su mando. Pero si aceptáis mi propuesta, podréis resistir ese poder... a cambio de un pequeño favor.


—¿Y cuál es ese favor? —Merk estaba tenso, sus ojos fijos en la sombra que ocupaba el trono.


—Una vez que Aitor sea derrotado, me traeréis su alma. Y con ella, expandiré mi reino más allá de esta fortaleza.


El silencio en la sala era absoluto. Merk y Voltrex sabían que estaban atrapados en una situación imposible. Un mal para derrotar a otro mal.


—¿Y si no aceptamos? —preguntó Merk.


El No Muerto rió una vez más.


—Si no aceptáis, entonces podéis ir. Pero lo que os espera fuera de estas puertas será mucho peor que la muerte. Y creedme, moriréis suplicando regresar aquí.


Los dos guerreros intercambiaron una mirada sombría. El peso de la decisión era aplastante. Aceptar significaba pactar con un ser oscuro y traicionero. Negarse significaba una muerte segura.


Finalmente, fue Voltrex quien habló.


—Aceptamos. Pero cuando Aitor caiga, nosotros decidiremos qué hacer con su alma.


El No Muerto se recostó en su trono, satisfecho.


—Que así sea...

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