El reino de las sombras Capítulo 2

 Capítulo 2


El día era radiante, los pájaros cantaban y solo se escuchaban las risas de los pequeños, así como los susurros de los habitantes del reino. El cielo era un verdadero paraíso, gobernado por una dama que se encontraba despertándome después de una cálida noche en la cama.


La dama era Nira, la emperatriz del cielo.


Nira tenía unos ojos azul claro que brillaban como el mismo océano. Su cabello dorado caía en suaves ondas, a menudo cubriendo su ojo izquierdo, y su vestimenta era peculiar: un vestido blanco como la nieve que resaltaba su piel pálida. Llevaba unos pendientes dorados y brazaletes que reflejaban la luz del sol, mientras que sus amplias alas blancas, similares a las de una gaviota, se extendían majestuosamente detrás de ella.


La puerta de su habitación se abrió y entró Tayri, su más fiel protectora.


Tayri era una valquiria, guerrera celestial y guardiana del cielo. Llevaba una armadura que no le cubría la cabeza, lo que le daba un aire de ferocidad y valentía. Su cabello rubio, largo y lacio, caía hasta la parte baja de su espalda. Armada con una alabarda y con alas rojizas que recordaban a un atardecer en llamas, Tayri tenía una presencia imponente.


—¡Oh, buenos días, Tayri! ¿En qué puedo ayudarte? —dijo Nira mientras se desperezaba.


—Solo venía a despertarla. Ya es tarde y hay muchas cosas por hacer —respondió Tayri con un tono urgente.


—Es cierto, no puedo dejar a mis ciudadanos desprotegidos.


Nira se levantó de la cama y se dirigió rápidamente al salón real. Allí, encontró su plato favorito: vino, pan de centeno y un suculento muslo de pollo hervido. Comía con rapidez, su hambre alcanzando alturas extremas, mientras su mente se llenaba de pensamientos sobre los problemas que debía resolver.


—¡Reina Nira! —exclamó uno de sus consejeros—. Hay un intruso en el reino. Lo hemos recluido y está rodeado.


Nira ni siquiera respondió. Se levantó de la mesa y corrió hacia la salida del castillo. Al llegar al exterior, miró a su alrededor hasta ver un revoltoso grupo de valquirias que parecía estar en medio de un alboroto.


—¡Reina Nira, es por allí! —le indicó Tayri, señalando con determinación.


Ambas corrieron hacia el bullicio, abriéndose paso entre la multitud hasta llegar al centro de la situación.


Allí, Nira vio a un ángel morado. Su vestimenta era peculiar, un cinturón negro y rojo que le tapaba hasta el ombligo, y unas alas rojas apagadas de aproximadamente dos metros de longitud, que parecían huesudas y desgastadas. Su cuerpo, trabajado y musculoso, estaba oculto tras un casco de cuernos que cubría su rostro, dejando solo una rejilla para los ojos, donde una luz roja brillaba ominosamente.


Nira lo miró con alegría y se acercó a él, su rostro iluminado por una sonrisa.


—¡Aitor! Cuánto tiempo, mi déspota del infierno. ¿Cómo va todo por ahí?


—Bastante bien, Nira, gracias por preguntar. He estado enfrentándome a demonios que formaban rebeliones en mi contra durante estos últimos cinco años.


Las valquirias, especialmente Tayri, miraron a Nira con sorpresa.


—Mi reina —dijo Tayri, desconcertada—. ¿Conoces a este demonio?


—Para tu información, soy Aitor, el déspota indiscutible del infierno.


—Tranquila, Tayri —la calmó Nira—. Es solo un viejo amigo mío.


Las valquirias intercambiaron miradas de incertidumbre y temor. La emperatriz del cielo conversaba amigablemente con el déspota del infierno. Acatando las órdenes de Nira, se alejaron del lugar, dejando solos a Aitor, Nira y Tayri.


Nira y Aitor se estrecharon las manos, algo que a Tayri no le agradó en absoluto. Los tres comenzaron a caminar hacia el reino en silencio, Aitor atrayendo miradas temerosas de los ciudadanos que pasaban, lo cual parecía complacido.


Finalmente, llegaron a la sala de conferencias del reino, donde Nira y Aitor se sentaron a solas.


—Aitor, si quieres, puedes quedarte unos días. No es problema para mí —ofreció Nira, mostrando una sonrisa.


—Agradezco tu hospitalidad. Me vendrá bien un día de descanso —respondió Aitor con una ligera sonrisa.


—Y bueno, ¿qué te trae por estos lares? —preguntó Nira, curiosa.


—Nada bueno en verdad. Necesito tu ayuda; debo hacer una alianza.


—¿Qué es lo que sucede?


—Han robado la gema infernal.


—¿Qué es la gema infernal, si se puede saber?


—Es un artefacto que ha pasado de generación en generación. Tiene un poder incalculable, tanto que si se abre, el mundo estallaría en una ola de fuego, acabando con todo y todos. Debo recuperarla rápidamente. Ni siquiera sabemos quién nos la robó, por eso estoy viajando por todo el planeta, buscando el reino que la posea.


Los tres se dirigieron al templo angelical. Aitor fue a una de las habitaciones que Nira le ofreció, mientras Tayri y Nira se dirigieron al salón, donde Tayri comenzó a hablar.


—Mi reina, no podemos permitir que esté aquí. Es un peligro. Deberíamos, como mínimo, echarlo de aquí.


—Tranquila, Tayri. Confío en él; es un amigo.


—¿Y cómo es que lo conoces? Se supone que estábamos en guerra.


—Déjame contarte. Fue hace cinco años, durante la guerra, él era solo un novato. No quería luchar, tenía miedo. El emperador del infierno en ese entonces era Belcebú. Al ver que Aitor no luchaba, lo tomó como escudo humano, y cuando se hartó de él, lo atravesó con su espada.


—Sigo sin entender —replicó Tayri, inquieta.


—El cayó al suelo frente a mí. Los ángeles estábamos ganando, así que los demonios se retiraron, pero lo abandonaron…


—Sigue, por favor.


Nira parecía haber visto algo aterrador, su rostro se palideció y miró a un punto fijo. Tragó saliva y continuó.


—No pude dejarlo morir. Lo recogí entre una valquiria y yo y lo llevamos a la sala de curaciones. Usé mis poderes todo lo que pude para que no muriera y sus heridas se curaran. A medida que pasaba el tiempo, él se recuperaba y lo entrenábamos para luchar. Mi objetivo era que volviera a ser respetado por los demonios.


—¿Y qué pasó?


—Entrenó y entrenó, hasta que, a pesar de los entrenamientos más duros, los superaba como si hubiera sido un guerrero desde siempre.


—Sigue, sigue.


—Los demonios volvieron. Belcebú era más fuerte que nunca y no podíamos derrotarlo. Aitor llegó a la escena y, en lugar de unirse a ellos, nos protegió. Y… mató a Belcebú sin apenas esforzarse. Después de eso, se convirtió en el nuevo líder, un déspota, y se fue con todo el infierno bajo su mando. No lo volvimos a ver hasta ahora.


—Pero eso es muy peligroso —dijo Tayri, preocupada.


—Tranquila, iré a hablar con él un rato y veré cómo le va.


Nira se marchó, dejando a Tayri desconcertada, sin saber si tranquilizarse o alterarse.


Nira se dirigió a la habitación donde Aitor se suponía que estaba, pero para su sorpresa, no se encontraba allí. Alterada, salió del castillo y se tranquilizó al ver a Aitor sentado en el jardín real, contemplando el atardecer.


—Hey, Aitor, ¿qué tal por aquí? —preguntó Nira, acercándose a él.


—Me gusta ver el anochecer. Desde el infierno no se ve bien, pero aquí es espectacular —respondió Aitor, dijo con una leve risa.


—Uff, hace frío, ¿eh? —dijo Nira, frotándose las manos. —Oye, ¿te has enterado de lo que ha pasado con los orcos? Pobres.


—Nira, debo confesarte algo. Lo de los orcos fue obra mía.


—¿Qué? —dijo Nira, aterrorizada—. ¿Por qué lo has hecho?


—Necesitaba encontrar la gema, pero ellos no la tienen.


—¿Y te parece bien ir matando reinos por ahí para encontrar tu gemita?


—Ya sabes el peligro que supone.


—¡De peligro nada! ¡Tú eres el único peligro!


Aitor miró hacia el cielo y, en un instante, salió volando tan rápido que Nira no tuvo tiempo de reaccionar.


—¡Aitor, ¿a dónde vas?!


Pero por mucho que gritó, Aitor ya se había ido del lugar, y fue inútil seguir llamándolo. La preocupación crecía en el pecho de Nira, mientras una sensación de inquietud la invadía. ¿Qué planes tenía Aitor en mente? 


La noche avanzaba, y el cielo se oscurecía. Mientras tanto, Aitor llegó al reino de los orcos, donde sus tres mayores aliados lo esperaban: Juliana, una astuta bruja; Hugo, su mano derecha, era un mago prestigioso; y Ariadna, una vampiresa con grandes habilidades


—Bien, que comience el plan del Clan del Ángel Oscuro —dijo Aitor, con una voz grave que reflejaba la determinación que lo impulsaba—. Creo que sé dónde podemos encontrar la gema.


—¿Dónde? —preguntó impaciente Ariadna, con los ojos brillando de anticipación.


—Iremos a la fortaleza del rey no muerto. El rey no muerto es el principal sospechoso. Necesitamos infiltrarnos y obtener información.


—La fortaleza está protegida por magia antigua —advirtió Juliana—. Necesitaremos un plan sólido para no ser detectados.


—Con tu ingenio y el poder de Ariadna, estoy seguro de que podremos hacerlo. —Hugo asintió—. Debemos actuar rápido, antes de que otros reinos se enteren de lo que estamos buscando.


Mientras tanto, Nira se encontraba de nuevo en su reino, incapaz de sacudirse la sensación de que algo terrible estaba a punto de suceder. Se reunió con Tayri en el salón.


—Nira, no me gusta esto. Aitor está jugando con fuego, y no podemos permitir que su ambición ponga en peligro la paz del reino —dijo Tayri, su voz cargada de preocupación.


—Lo sé, Tayri, pero Aitor no es el mismo que conocí. Ha cambiado, y aunque tiene un pasado oscuro, me resulta difícil creer que regresaría solo para causar caos —respondió Nira, intentando mantener la calma.


—No puedes confiar en un demonio, mi reina. Recuerda lo que hizo a Belcebú. Si se ha vuelto más poderoso, podría desear conquistar más que solo el infierno.


Nira contempló la posibilidad y sintió un escalofrío recorrer su espalda. Decidida, tomó una resolución.


—Tienes razón. No puedo quedarme de brazos cruzados. Debo ir tras él y averiguar qué trama. Si hay una amenaza, debo estar lista para proteger a mi pueblo.


—Iré contigo. No permitiré que enfrentes esto sola —dijo Tayri, su lealtad inquebrantable brillando en sus ojos.


Al amanecer, Nira y Tayri se prepararon para su viaje. Equipadas con armaduras resplandecientes y armas en mano, volaron hacia las ruinas del reino de los orcos, un lugar envuelto en sombras y misterio.


Mientras tanto, en la fortaleza, Aitor y sus aliados estaban elaborando su estrategia. Con un mapa desgastado en la mesa, Aitor señalaba las ubicaciones de los guardias y las trampas mágicas.


—Necesitamos dividirnos. Juliana, Ariadna y Hugo irán por el flanco derecho y crearán una distracción. Yo tomare el camino principal. Una vez dentro, buscaremos la gema —indicó Aitor.


—Entendido —dijo Hugo, con una sonrisa confiada—. ¡A la carga!


 Nira y Tayri se acercaban sigilosamente a la fortaleza. El aire se sentía pesado.


Al llegar a la entrada, escucharon los murmullos de Aitor y sus aliados.


—¿Qué planean? —susurró Tayri.


—No lo sé, pero no puedo dejar que sigan adelante —respondió Nira, una determinación ardiente en su pecho.


En ese momento, Aitor, sintiendo una presencia, miró hacia la entrada de la fortaleza.


—Alguien nos observa —dijo Hugo, levantando la vista, su mirada enfocándose en la oscuridad.


—Lo sé, vosotros sabéis el plan original, haced lo que os comenté, salgamos de aquí.


Una nube de color negro los tapó y cuando Nira quiso ver, ellos ya no estaban...



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