Capítulo 3 “Asfixia”

 

Capítulo 3  “Asfixia”

Las luces de emergencia parpadeaban intermitentes, tiñendo los pasillos de rojo, como si la propia Fundación estuviera sangrando desde dentro.

Eleni corría.

Sus pasos resonaban como latidos frenéticos contra el suelo metálico. Había dejado atrás la sala de entrevistas, al SCP-049, a los guardias que huyeron sin mirar atrás… Pero el pánico seguía agarrado a su pecho como una garra invisible. Su respiración era errática, como si el aire estuviera contaminado. Le temblaban las manos, el cuerpo entero. Pero no podía detenerse.

No ahora. No con aquello suelto.

Doblando una esquina, se detuvo en seco. Y el mundo pareció detenerse también con ella.

Había dos figuras en el pasillo.
No respiraban.
No hablaban.
Pero se movían.

Uno arrastraba lo que le quedaba del torso, dejando un rastro viscoso tras de sí. El otro reptaba usando únicamente los brazos; de la cintura para abajo no tenía nada más que un reguero de huesos rotos y carne que parecía haber sido masticada. Ambos tenían uniformes de seguridad, o lo que quedaba de ellos: desgarrados, manchados, colgando como piel vieja. Pero lo peor eran los rostros.

O lo que una vez fueron rostros.

Uno tenía el cráneo abierto como una flor podrida, y un ojo colgando aún conectado por el nervio. El otro no tenía mandíbula, y la lengua —negra, reseca— se arrastraba contra el suelo.

Eleni retrocedió un paso. Luego otro.
Sus labios temblaban.

—No… no… —susurró, apenas audible para sí misma.

El SCP-049.
Sus “curas”.
Eso era lo que hacían. Eso era lo que dejaban.
Y si esas cosas estaban aquí, eso solo podía significar una cosa.

—Está cerca… —murmuró con voz quebrada, y sus piernas actuaron antes que su mente.

Se giró en dirección contraria y echó a correr de nuevo.

El hedor le llegó entonces.
Una mezcla entre carne podrida, desinfectante barato y algo más… algo que olía a muerte en vida, a hospital antiguo y a cloaca hirviendo.
Le revolvió el estómago.

Las imágenes grabadas en su retina eran ya imposibles de borrar: los intestinos de uno de los guardias arrastrándose detrás de él como un cordón umbilical grotesco; el cráneo del otro reluciendo por la sangre seca, y esa mirada vacía que ya no era humana, pero que aún parecía tener hambre.

Sintió el ácido subirle por la garganta. Trató de contenerlo.

No pudo.

Se detuvo un segundo, se apoyó contra la pared y vomitó. Una arcada seca primero, luego bilis, saliva, restos del desayuno que ya no recordaba haber comido.

El vómito cayó sobre el suelo de acero con un sonido húmedo, insignificante frente al horror que la rodeaba. Se limpió la boca con la manga, con manos temblorosas, y siguió corriendo con lágrimas cayendo sin control.

—No soy soldado… no soy soldado… —se repetía una y otra vez, como si eso fuera a salvarla de la pesadilla.

Pero en la Fundación… no había civiles.
No durante una brecha de contención.

Y mucho menos cuando la Muerte llevaba máscara de médico y caminaba libre entre los pasillos.

Eleni avanzaba como si la atmósfera se hubiera hecho más densa con cada paso.

Las luces de emergencia arrojaban destellos rojos que deformaban todo a su alrededor. Las sombras parecían moverse. Como si algo se arrastrara por los rincones que no alcanzaba a ver del todo. O tal vez ya se lo estaba imaginando. Tal vez ya se estaba quebrando.

Cuando dobló un pasillo lateral, tropezó con algo. Dio un respingo, apuntó con la linterna… y suspiró. Era solo una silla metálica volcada.

—Joder —murmuró con la voz rota.

Y entonces, un ruido más adelante. Pesado. Rápido. ¿Pasos?

Alzó el arma, aún temblorosa, y se pegó a la pared. Tragó saliva. Respiró hondo. Ya había enfrentado el miedo una vez esa noche. Lo haría de nuevo si hacía falta.

Una figura apareció por la esquina con una linterna propia. Ella estaba a punto de disparar cuando escuchó una voz.

—¡Eh, baja eso! ¡Soy yo!

La linterna iluminó un rostro conocido.

Erick.

Estaba empapado en sudor, con el uniforme manchado de tierra y sangre seca, el casco torcido, el fusil en ristre. Al verla, relajó un poco la postura, aunque sus ojos seguían alerta.

—Dios, menos mal… —dijo Eleni, bajando el arma de golpe, como si le pesara toneladas—. Pensé que eras uno de… ellos.

—No sé si prefiero que me confundas con un zombi o con un SCP, pero gracias por el susto, doctora —respondió con una media sonrisa cansada—. ¿Estás sola?

—Desde hace rato. Los guardias que me escoltaban huyeron en cuanto se cortó la luz. SCP-049 estaba encerrado, pero… se fue. Me dejó con vida.

—¿Te dejó con vida? —repitió Erick, frunciendo el ceño.

—Lo sé. Ni yo me lo creo. Pero no quiero quedarme a averiguar si fue por lástima o por cálculo. Hay cosas peores sueltas, ¿verdad?

Erick asintió, clavando la vista en el pasillo oscuro detrás de ella.

—Mucho peores. Uno de los técnicos estaba colaborando con algo… o alguien. No entendí bien. Solo sé que todo se fue a la mierda rápido. Vi un par de celdas abiertas. Y cuerpos. Muchos.

Eleni tragó saliva.

—¿Sabes si Gate A sigue activa?

—Si hay alguna salida que aún no ha volado, será esa. La B está comprometida, lo escuché por la radio antes de que muriera. ¿Puedes correr?

Ella asintió.

—Entonces no perdamos más tiempo.

Se pusieron en marcha. Erick tomaba la delantera, linterna en mano, avanzando con el fusil al hombro. Eleni le seguía lo más cerca que podía, mirando de reojo cada esquina, cada sombra. El pasillo parecía alargarse con cada paso. El caos reinaba a su alrededor: puertas abiertas a la fuerza, luces parpadeantes, manchas de sangre ya secas o aún frescas, y el zumbido agudo del sistema de alarma que no cesaba nunca.

En una curva encontraron un cuerpo… o lo que quedaba de uno. Era un científico. Tenía el pecho abierto en canal, como si lo hubieran desgarrado con garras, y los intestinos colgaban de una lámpara rota.

Eleni giró el rostro de inmediato.

—Mierda… no voy a poder dormir nunca más —susurró.

Erick no dijo nada, pero bajó un momento el arma y le puso una mano firme en el hombro. Su gesto fue breve, torpe, pero sincero. Una muestra de humanidad en medio del infierno.

—No hay tiempo para dormir, doctora. Si salimos vivos de esta, te pago una botella de lo que quieras. Hasta dos.

Ella rió, entre nerviosa y rota.

—Con tal de salir, acepto lo que sea.

Avanzaron.

Las paredes metálicas se convirtieron en corredores reforzados. A lo lejos, se escuchaban ecos de disparos. Gritos. Más alarmas. Un estruendo lejano, tal vez una explosión.

Gate A estaba en dirección norte, pero el camino no sería fácil. A cada paso, la Fundación parecía menos una instalación y más una trampa. Un ataúd gigante con puertas automáticas.

Eleni miró a Erick, que avanzaba decidido.

—¿Por qué sigues aquí? —le preguntó de pronto—. Podrías haber escapado como los demás.

—Porque me jode dejar cosas a medias. Y porque si no escolto a los listos como tú, nadie lo va a hacer.

Ella sonrió. Cansada, pero agradecida.

—Entonces vamos, soldado. Muéstrame el camino.

Y siguieron adelante. Dos almas entre los restos de una estructura que colapsaba por dentro.

Aún no habían llegado a Gate A.
Aún no sabían todo lo que les esperaba.

Pero habían encontrado algo que, por ahora, era casi igual de valioso:
compañía.

El pasillo se estrechaba a medida que avanzaban, como si el propio complejo quisiera tragarlos. Las luces parpadeaban más que nunca. La sangre en las paredes ya no era rara. Y el aire olía… distinto. Una mezcla de ozono, sudor frío y carne quemada.

Eleni respiraba por la boca. Le dolía el estómago. El corazón aún le latía rápido desde que vio aquel cadáver destrozado. No hablaba, no hacía preguntas. Solo seguía los pasos de Erick, como una sombra pegada a su espalda.

Entonces, el walkie-talkie de su cinturón soltó un chirrido estridente.

—…Unidad Delta, aquí Puesto Tres. Repetimos: ¡cambio de ruta! Gate A es prioridad. Gate B está comprometida.

Erick se detuvo en seco, bajó la linterna y lo levantó con rapidez. El volumen era bajo, pero en los pasillos silenciosos hasta un susurro parecía un grito. Eleni alzó la cabeza, atenta.

—¿Delta? ¿Aquí escuadrón Gamma-7? Repito, ¿Gamma-7? —La voz crujía, apenas audible por la estática—. ¿Alguien está vivo ahí fuera?

Erick bajó el volumen de inmediato, mirando a ambos lados con tensión.

—Mierda… si siguen hablando así nos van a oír hasta los putos SCPs —gruñó entre dientes.

—¿Puedes apagarlo? —preguntó Eleni, conteniendo la respiración.

—Puedo bajarlo… pero si lo apago del todo, perdemos cualquier chance de saber por dónde NO ir —respondió Erick.

Otra ráfaga de voces estalló, esta vez de otro canal, más fuerte. Incluso el altavoz de la sala cercana se encendió con un pitido.

—¡ALERTA GENERAL!
—Todos los escuadrones disponibles deben dirigirse inmediatamente a los accesos de Gate A.
—Peligro inminente en comedores nivel 3. Posible manifestación de SCP-106.
—Recomendación: Evitar contacto visual. Priorizar la contención.

Eleni sintió un escalofrío helado recorrerle la columna.

—¿Qué es SCP-106?

—No preguntes. Solo corre si lo ves —dijo Erick, con una seriedad que ella no le había oído antes.

Otro canal comenzó a zumbar.

—Gate B… colapsando. Repito: colapso estructural. Posible brecha en SCP-682. No hay forma de contenerlo. Personal evacuando.

—¡Qué coño…! —murmuró Erick, golpeando la pared con la palma.

Eleni se llevó las manos a la cabeza, cerrando los ojos. La información se mezclaba. Voces de guardias, técnicos, líderes de escuadrón. La mitad de los mensajes se pisaban entre sí. Gritos, códigos. Luego una voz clara, como grabada.

—Protocolos activados.
—Todo Clase D que no esté siendo escoltado activamente deberá ser eliminado.
—Prioridad: limitar número de amenazas no contenidas.

Eleni abrió los ojos de golpe.

—¿Acaban de decir… que los maten?

Erick asintió sin responder. Su mandíbula estaba apretada.

—¿Cuántos Clase D había aquí? —preguntó ella, casi en susurro.

—Demasiados —respondió Erick, mientras su mirada se desviaba hacia la puerta de la sala donde se habían refugiado.

El intercomunicador aún no paraba:

—…bajas totales registradas superan los 213. Repetimos, 213 confirmadas, y subiendo. El 35% son personal de seguridad.

Silencio. Solo el zumbido sordo del altavoz.

Eleni dio un paso atrás. El sudor le escurría por la sien, frío. Se apoyó contra la pared, mirando al suelo, pero solo veía manchas. Sangre seca. Goteras. Fragmentos de un casco reventado.

—No puede estar pasando todo esto al mismo tiempo —susurró.

—No debería. Pero está pasando —Erick cargó el arma, como si eso le diera un mínimo de control sobre algo—. Tenemos que seguir moviéndonos.

—¿Y si Gate A también está comprometida?

Erick dudó un segundo.

—Entonces nos vamos por donde podamos. Aunque sea por una maldita alcantarilla.

Ella lo miró con una mueca de asco, pero luego esbozó una sonrisa cansada.

—Me estás convenciendo.

Él le devolvió una leve sonrisa también, casi un reflejo automático. Después volvió a asomar por la puerta.

El pasillo seguía en silencio. Pero el silencio en la Fundación no era buena señal. Nunca.

—Vamos, doctora. Aquí, morir quieto es más fácil que respirar. —Y le hizo un gesto con la cabeza para seguirle.

Así, dejando atrás la sala de ruidos e información fragmentada, los dos volvieron a lanzarse al laberinto de acero, luces parpadeantes y ecos de muerte.

El pasillo volvía a abrirse en bifurcaciones desconocidas. Todo parecía moverse a su alrededor: las sombras, las luces parpadeantes, incluso sus propios pasos. Pero no había tiempo para dudar. Erick se acercó a un panel lateral empotrado en la pared, donde una línea de emergencia aún mantenía algo de señal.

—Dame un segundo —dijo entre dientes, sacando su walkie-talkie y sintonizando el canal directo a la central de seguridad.

Eleni permaneció detrás de él, con el pulso en las orejas. Su respiración era rápida, pero contenida. Miraba hacia todos lados, esperando que en cualquier momento algo apareciera al fondo del pasillo.

Erick apretó el botón del walkie y habló, con voz firme pero claramente alterada:

—Aquí el agente de seguridad Erick Ramírez. Me encuentro acompañado de la doctora Eleni Stavridis. Estamos en el pasillo subterráneo T-17, a dos niveles de Gate A. Solicito instrucciones inmediatas y posible autorización para cruzar las puertas Tesla.

Hubo una pausa. El chirrido de estática rugió brevemente. Luego, una voz neutra respondió:

—Confirmada su ubicación. ¿Nivel exacto de amenaza en su zona?

Erick frunció el ceño.

—¿Que si qué? ¡Acabamos de ver cuerpos animados, por la mierda! Las luces siguen fallando, y los intercomunicadores están saturados. ¿Eso no basta?

—Si el riesgo es alto, permanezcan en su posición. Epsilon-11 ya está en movimiento. Espérenlos si es necesario.

Eleni alzó la cabeza. El nombre le sonó a leyenda.

—¿“Epsilon-11”? ¿Los Nueve Colas?

Erick ignoró la pregunta. Pulsó de nuevo el botón.

—Solicito acceso urgente a las Tesla Gates. El paso está bloqueado y la única vía rápida de acceso a Gate A es por ese corredor. No hay otra salida viable desde esta posición.

—Negativo. Tesla Gates permanecen activadas. No es seguro desactivarlas con múltiples brechas en curso.

Erick apretó los dientes.

—¡Joder! ¡¿Me estás diciendo que deje morir a una doctora civil solo porque no les da la gana apagar un puto arco eléctrico?!

El intercomunicador crujió de nuevo, como si dudara.

—Agente, mantenga la calma. Su orden es clara: busque personal de su mismo rango y reúnase con ellos. Mobile Task Force está preparando la contención en Gate B. Toda prioridad se centra en SCP-682.

Erick apretó el puño contra la pared.

—¡QUE OS DEN! ¡Llevamos media hora huyendo como ratas, sorteando cadáveres y escuchando cómo caen uno tras otro! ¡No me digáis que espere más!

Eleni se giró, sorprendida por el estallido de rabia. Erick rara vez perdía el control. Pero ahora… gritaba como un hombre al borde de romperse.

—Agente Ramírez, modere su tono. Este canal está siendo monitoreado. Repito: reúnase con personal de seguridad de igual o mayor rango. No es prioridad en este momento.

Un pitido seco y cruel indicó que la comunicación se había cerrado.

El silencio posterior fue más abrumador que cualquier voz mecánica.

Erick bajó lentamente el walkie, temblando de ira.

—Cabrones... nos dejan vendidos.

—¿Qué hacemos? —preguntó Eleni, con la voz tensa pero serena. Sabía que él necesitaba un ancla. Y ahora, por irónico que fuese, ella lo era.

—Lo que hemos hecho desde que todo esto empezó —masculló—. Seguir adelante. Y rezar porque esas putas puertas estén cerradas cuando lleguemos.

Eleni asintió. Se colocó a su lado, su bata médica sucia y rasgada apenas rozando su pierna. No era una soldado, ni una líder. Pero no retrocedería.

Ambos comenzaron a avanzar, esquivando escombros, charcos de sangre ya seca y el eco lejano de pasos que no sabían si eran humanos o no.

A lo lejos quedaba un elevador, sin pensarlo los dos corrieron ante el para comprobar el estado

Las puertas del elevador chirriaban como un lamento. Un destello tenue recorría el panel de control, parpadeando intermitente. El generador de emergencia apenas lograba mantenerlo en funcionamiento. Erick se asomó primero, con el fusil por delante y los ojos clavados en cada rincón del habitáculo.

—No hay opción —dijo sin mirarla, como si hablara para sí mismo—. O esto o volvemos a caminar entre malditos cadáveres que se mueven.

Eleni tragó saliva, asintiendo. El pasillo a sus espaldas parecía más oscuro que antes, como si supiera que estaban a punto de escapar.

Entraron. Las puertas tardaron unos segundos en cerrarse del todo, haciendo ese golpe metálico que sonaba demasiado fuerte para el silencio que reinaba en el resto del complejo. Erick pulsó el botón hacia el Nivel 1, donde se encontraba el acceso a Gate A.

El ascensor arrancó con una sacudida torpe. Los tubos fluorescentes del techo parpadearon una vez más, y Eleni se agarró de una de las barras laterales. El ascenso era lento, denso, como si cada metro subido fuera un desafío.

Erick aprovechó el momento para volver a activar el walkie.

—Aquí el agente Erick Ramírez, acompañado de la doctora Stavridis. Ascendiendo al Nivel 1 por el elevador auxiliar de sector B. Solicito autorización para usar tarjeta de nivel 3 en puertas de contención intermedia. Posible bloqueo por protocolos automáticos.

Solo estática.

Apretó de nuevo.

—También solicito permiso para inspeccionar cuerpos inertes si fuese necesario. Necesitamos acceso y puede haber tarjetas útiles. Somos conscientes de los protocolos de infección, pero no tenemos otra opción.

La respuesta llegó, pero a destiempo, apenas audible entre ruidos de fondo y respiraciones agitadas al otro lado.

—Negativo a contacto con cuerpos. Protocolo 47-A sigue en vigor. Zona con posible riesgo biológico. Acceso con tarjetas únicamente si se hallan en cajas seguras o zonas limpias. Repito: no manipulen cadáveres.

—Claro que no… si tuviéramos zonas limpias, cabrón… —murmuró Erick mientras bajaba el walkie.

Eleni se mantenía en silencio, apoyada contra la pared del elevador. Su rostro estaba pálido. Parecía aguantar el tipo, pero su mirada no dejaba de ir hacia el suelo, donde una mancha seca de sangre le recordaba por qué estaban ahí.

Erick se volvió hacia ella, algo menos tenso.

—¿Estás bien?

—He vomitado hace diez minutos. Estoy perfecta —respondió, con una media sonrisa irónica.

Él no pudo evitar soltar una breve risa. Quizás la única en toda la noche.

Pero justo entonces, el intercomunicador del techo, ese que llevaba toda la noche muerto, cobró vida con un chasquido agudo.

—A todas las unidades en los sectores Alfa, Delta y pasillo T-17: evacúen la zona de inmediato. Repito, evacúen.

La voz se cortó por interferencias, luego volvió, más urgente:

—Confirmadas múltiples anómalas en las inmediaciones de Gate A. Las lecturas son inestables. Personal no autorizado debe retirarse inmediatamente. Este mensaje no será repetido.

Erick apretó los dientes.

—¿Pero qué coño significa eso? ¿Cuántos SCPs se han soltado ya?

El elevador se detuvo con un zumbido. Las puertas no se abrieron enseguida. Por un segundo, pareció que todo volvería a la oscuridad. Pero finalmente se deslizaron con un golpe seco.

Frente a ellos, el pasillo estaba iluminado, pero con luces de emergencia, rojas y pulsantes. El sonido lejano de alarmas seguía en el ambiente, como un eco infernal que no cesaba.

Eleni dio un paso fuera.

—¿Qué hacemos?

Erick levantó el fusil, mirando a ambos lados.

—Cruzamos. Despacio. Y con todo lo que tengamos. Sea lo que sea eso que han detectado… no quiero averiguarlo.

Y con las pulsaciones en el cuello y el cuerpo tenso como un cable, comenzaron a caminar hacia el corazón del caos.

El corredor temblaba con cada explosión lejana. Las alarmas ya no eran sonidos mecánicos de advertencia, sino gritos metálicos de auxilio. Erick y Eleni corrían a toda velocidad, esquivando cables colgantes, manchas de sangre y sombras danzantes que parecían querer salir de las paredes.

Eleni ya no decía nada. Su respiración era jadeante, irregular. Erick, al frente, giró la cabeza apenas para asegurarse de que lo seguía. La vio ahí, un poco más atrás, con la bata hecha jirones y la mirada clavada en él como único ancla entre tanto infierno.

Doblaron el último pasillo hacia Gate A y entonces…
El mundo pareció detenerse.

Ante ellos se abría una sala inmensa… y grotesca.

La puerta de evacuación, su salvación, estaba ahí, al fondo. Alta, imponente… casi sagrada. Pero rodeada por un infierno hecho carne.

Había cadáveres amontonados contra los paneles de control, algunos con los ojos abiertos, otros aún moviéndose. Cuerpos con los órganos por fuera, arrastrándose con garras ensangrentadas. El olor era irrespirable: metal, vísceras, quemado… y muerte. Unos doce guardias, distribuidos como podían en barricadas improvisadas, disparaban a quemarropa contra decenas de zombis. El fuego de los fusiles iluminaba a ráfagas las paredes cubiertas de sangre. Las balas silbaban, los cuerpos se desplomaban… y volvían a levantarse.

A la izquierda, un grupo de tres Clase-D había logrado atrincherarse tras una camilla volcada, usando las armas robadas de los caídos. Disparaban sin control hacia un grupo de cinco MTF apostados tras una columna. El fuego cruzado entre ellos era feroz, brutal, sin espacio para errores.

Y Erick y Eleni… estaban justo en medio.

—¡MIERDA! —gritó Erick, agachándose detrás de un escritorio derribado mientras arrastraba a Eleni del brazo.

El sonido de los helicópteros afuera era como una burla cruel: tan cerca… y a la vez, imposible.

Eleni se cubría la cabeza, el cuerpo temblando, la vista fija en una figura que se arrastraba por el suelo sin piernas, babeando, con los ojos blancos. Era un guardia… o lo que quedaba de uno.

—¡¿Qué coño hacemos ahora?! —rugió Erick por el walkie—. ¡Tenemos Gate A a la vista, pero esto es una puta zona de guerra! ¡Zombis, fuego cruzado, civiles armados…!

No hubo respuesta.

Erick apretó los dientes. Luego miró a Eleni, que lo miraba con una mezcla de terror y confianza, como si fuera su último punto de cordura.

—Voy a abrirnos paso —dijo él, más para convencerse que para convencerla—. Quédate detrás de mí. No dispares a menos que te veas jodidamente obligada. Y si algo te agarra… no grites. Muerde tú primero.

Eleni asintió, temblando.

Erick cargó el fusil, respiró hondo… y se lanzó al fuego cruzado.

Saltó detrás de una barrera metálica a medio construir. Disparó dos ráfagas certeras contra un Clase-D que sobresalía de la camilla: cayó como una marioneta con los hilos cortados. Otro giró para devolver fuego, pero un zombi lo alcanzó desde un lateral, mordiéndole la pierna con furia animal.

El caos era absoluto.

Los MTF aprovecharon para avanzar. Uno de ellos gritaba órdenes entre los disparos. Una granada cayó cerca de los Clase-D restantes, levantando polvo, carne y metralla.

Erick seguía disparando, buscando abrir un hueco entre las criaturas. Cada zombi caído parecía reemplazado por otro que salía arrastrándose de algún rincón.

Uno de ellos —un científico por el uniforme desgarrado— se lanzó contra Erick. Este lo empujó con el cañón del rifle, disparó a quemarropa y lo lanzó hacia atrás con un sonido espeso, como de carne aplastada.

La sangre salpicó la cara de Eleni, que contuvo un grito.

—¡SIGUE DETRÁS DE MÍ! —gritó Erick sin girarse—. ¡YA FALTA MENOS!

Erick corría con el pulso desbocado, los músculos entumecidos por el miedo y la tensión. Cada paso hacia Gate A era una decisión de vida o muerte. Su vista estaba fija al frente, en esa salida medio obstruida por cuerpos humeantes y vísceras frescas. Disparaba solo cuando era absolutamente necesario, esquivando restos humanos, casquillos ardientes y gritos.

No miraba atrás. No podía. No debía.

Hasta que un silencio inquietante se coló entre los disparos. Un silencio interrumpido solo por un zumbido diferente... más profundo, como si el metal del mundo crujiera por dentro. Y luego…

¡No dispares! ¡NO DISPAR-…!

Los guardias empezaron a retroceder, dejando atrás la cobertura como si algo les hubiera arrancado el alma. Algunos incluso caían de espaldas al correr, apuntando con manos temblorosas hacia un punto detrás de Erick.

Y entonces…

ALERTA.
ALERTA DE AMENAZA EUCLID.
SCP-106 DETECTADO EN LA ZONA DE GATE A.
RETIRO INMEDIATO DE PERSONAL CIVIL. EQUIPOS MTF, ADELANTEN LA CONTENCIÓN.

La voz del intercomunicador temblaba de pánico, como si hasta las máquinas supieran lo que significaba esa presencia.

Erick se giró lentamente.

Y su mundo se rompió.

Ahí estaba. En mitad del corredor, emergiendo como si el suelo fuera agua negra:
SCP-106.
El Anciano Corrompido.

Su figura era una caricatura podrida de lo humano. La piel colgaba como una membrana gelatinosa, negra y aceitosa, como si estuviera goteando alquitrán. Sus ojos eran dos cuencas vacías, pero llenas de una intención cruel. De su cuerpo salía un hedor fétido, como a tumba abierta y metal oxidado. El ambiente a su alrededor se doblaba, como si su mera existencia corrompiera la realidad.

Y entre sus brazos…

¡ELENI! —gritó Erick, congelado.

La doctora luchaba, su bata manchada, su rostro pálido y la expresión al borde del colapso. El brazo pegajoso de 106 le sujetaba la cintura con una fuerza que parecía más mental que física. La arrastraba lentamente, sin prisa, como un niño llevándose un juguete roto.

Erick alzó su arma.

Pero no podía disparar.
Si fallaba… le volaba la cabeza a Eleni.

—¡SCP-106, DETENTE! —gritó, como si aquello pudiera tener algún efecto.

Nada. La criatura no mostraba prisa, ni atención. Avanzaba hacia una pared cercana, la cual ya comenzaba a pudrirse a su paso, abriéndose en una especie de grieta interdimensional, como una puerta hacia su mundo de dolor. Un plano de sombras líquidas y ecos de gritos.

Eleni lo miró. A Erick.

Sus ojos brillaban de lágrimas, pero también de miedo puro. Apretó los dientes, como queriendo decir algo… pero no lo logró.

—¡No, no, no, no, NO! —Erick jadeó, bajando el arma, levantando las manos, desesperado—. ¡Déjala! ¡Llévame a mí, joder! ¡DEJA A LA MALDITA CIENTÍFICA!

Nada. Solo el sonido húmedo de la materia corrompiéndose a cada paso de 106.

Erick estaba paralizado. Por primera vez, de verdad.
No por miedo a morir, sino por no saber cómo salvarla.
Por no tener poder.
Por no haber podido hacer nada.

Eleni gritó, pero su voz se desvaneció en la podredumbre.

Los dedos deformes de SCP-106 la arrastraron finalmente hacia la pared negra y corrupta. El espacio a su alrededor se deshilachaba como carne quemada, y antes de desaparecer por completo, su mirada se cruzó por última vez con la de Erick.

Un instante.
Un destello de súplica, miedo… y resignación.

Y luego, silencio.
El portal de podredumbre se cerró con un sonido viscoso, casi mecánico. Como si el infierno mismo se hubiese tragado a Eleni y cerrado la boca con satisfacción.

¡NOOOOO! —el grito de Erick fue desgarrador.

Se tambaleó, se arrodilló, con las manos en la cabeza, respirando como si su pecho estuviese a punto de colapsar. Golpeó el suelo con rabia, con furia, con impotencia. Lágrimas brotaron sin permiso, y su cuerpo entero tembló.

Mierda… mierda… ¡Maldita sea! —rugió al vacío, a los cadáveres, al metal frío y ensangrentado del suelo.

La radio aún chirriaba con órdenes dispersas. Ecos de disparos, números de identificación, gritos y códigos. Pero Erick no escuchaba nada más. Solo el silencio que había dejado Eleni.

Entonces, los pasos apresurados rompieron la estática del pasillo. Un grupo de MTF apareció entre el humo, con armaduras negras y rifles de asalto aún humeantes.

—¡Unidad detectada! ¡Tenemos a un Guardia superviviente!
—¡¡Lo encontramos!! ¡Está solo!

Dos de ellos se acercaron sin perder tiempo. Erick intentó levantarse, pero apenas tenía fuerzas. Una de sus piernas falló y cayó de nuevo, jadeando. Los agentes lo tomaron por los brazos.

—¡Tranquilo, agente! ¡Le sacaremos de aquí! ¡Tenemos que evacuar ya!

—¡No… ella…! ¡Ella estaba…! —balbuceó, todavía con la voz rota— ¡No puedo… no puedo dejarla…!

—¡Lo sentimos! ¡Ya no hay nada que hacer!

Erick forcejeó, pero su cuerpo estaba agotado. Su alma, aún más.
Casi sin darse cuenta, lo arrastraron hacia la pista donde un helicóptero negro esperaba con los rotores girando. El rugido metálico del motor lo cubría todo. Gritos. Alarmas. Disparos.

El helicóptero se elevó. La base se encogía bajo sus pies, un infierno de pasillos rotos, fuego, sangre y anomalías desatadas.

Dentro del transporte, Erick se dejó caer en uno de los asientos, los ojos vacíos, la mandíbula apretada. A su alrededor, cuerpos heridos, científicos con batas desgarradas, guardias sangrando. Uno murmuraba una oración. Otro simplemente lloraba.

Una voz metálica emergió del comunicador del helicóptero:

Evacuación confirmada. Rumbo a Zona Segura. Destino: Site-19.

Erick apenas lo oyó.

Sus ojos se clavaron en el suelo del helicóptero, sucio de barro, sangre y cenizas. Todo su cuerpo dolía. Su pecho parecía haberse hundido. No sabía si era cansancio, shock o pura tristeza.

El mundo se volvía borroso.
La voz de Eleni… su grito, aún le retumbaba en el alma.

Y entonces, cerró los ojos.
Oscuridad. Silencio.
Dolor.

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