Capítulo 9 – “Merecido”

 Capítulo 9 – “Merecido”

El eco de los sollozos agudos del SCP-096 retumbaba por los pasillos como un cuchillo atravesando el aire. Cárdenas no lo dudó: apretó el paso y se reunió con el resto del grupo —Martínez, Salazar y Ramos— que lo esperaban en una intersección oscura, armas en mano y rostros tensos.

—¿Dónde están Aitor y Johana? —preguntó Martínez, con la voz cargada de urgencia.

Cárdenas, aún con respiración agitada, se tomó un segundo para aparentar pesar. Bajó la mirada, como si las palabras le costaran salir.

—No lo lograron… —dijo, con un suspiro forzado—. Unos malditos Class-D zombificados los emboscaron. No hubo nada que hacer.

Salazar lo miró con los ojos entrecerrados, como evaluando cada sílaba. Ramos apretó la mandíbula, golpeando el cargador de su rifle con la palma abierta, claramente frustrado.

—Mierda… —murmuró Martínez, desviando la vista hacia el pasillo—. Esto cada vez se pone peor.

Cárdenas asintió con fingida solemnidad, pero por dentro solo sentía un retorcido alivio

Martínez tragó saliva mientras miraba a los demás.
—No hay salidas… si no lo frenamos aquí, estamos muertos —dijo con firmeza.

Salazar asintió, ajustándose el chaleco táctico y cargando su M4. Cárdenas, sin decir mucho, revisó la cinta de munición de su minigun, y Ramos, con gesto serio, deslizó cartuchos nuevos en la recámara de su escopeta.

—Martínez y yo lo atraemos —indicó Salazar—. Cárdenas, le machacas en cuanto esté a tiro. Ramos… lo rematas.
—Hecho —respondió Ramos, acomodándose detrás de una columna, listo para emboscar.

Cada uno tomó posición. El aire en aquel pasillo se volvió más denso, como si hasta el polvo flotara más lento. Martínez y Salazar comenzaron a golpear paredes, lanzar casquillos vacíos y gritar, el eco rebotando entre las paredes metálicas.

Al principio, nada… pero pronto, un sonido agudo y escalofriante rompió el silencio: un sollozo lastimero, irregular, casi humano, pero impregnado de un dolor alienígena. Desde el fondo del pasillo, emergió la figura del SCP-096.

Su piel, pálida y estirada como papel húmedo, se tensaba sobre un esqueleto delgado y desproporcionado. Los brazos, largos hasta rozar casi el suelo, colgaban como látigos listos para azotar. La cabeza estaba ligeramente ladeada, temblando, mientras los lamentos crecían en intensidad. Cada paso era rápido, irregular, como si en cualquier momento fuese a lanzarse.

Martínez tragó saliva, notando cómo el sonido le helaba la sangre.
—Ahí viene… —susurró, aunque no hacía falta decirlo.

El SCP-096 levantó ligeramente la cabeza… y entonces, la tensión se rompió.

El pasillo se llenó de tensión pura.
Salazar y Martínez, con las miras alineadas, tenían al SCP-096 justo en el punto de mira. El ente temblaba, sus sollozos más intensos, cada músculo fino de su cuerpo palpitando como si estuviera a punto de desgarrar todo a su paso.

Cuando estaba a punto de lanzarse, pasó lo inesperado: Martínez y Salazar, sin darse cuenta, dejaron de hacer ruido para ajustar posición… y en ese instante, el rugido mecánico de la minigun de Cárdenas, cargándose, retumbó por el pasillo.

Ese sonido fue como un faro para la criatura. El SCP-096 giró la cabeza, fijando su atención en Cárdenas. Los sollozos se tornaron en un rugido gutural, y comenzó a avanzar, primero rápido, luego en una embestida brutal.

—¡Mierda, no! —gritó Cárdenas, apretando el gatillo, pero la cinta se atascó en el mecanismo. Su respiración se aceleró mientras la figura blanca se hacía más grande y cercana.

En un parpadeo, el SCP-096 ya estaba sobre él. Cárdenas apenas pudo alzar un brazo antes de que la criatura lo embistiera, arrancándole la minigun de las manos y sujetándole la cabeza con ambas manos huesudas. El crujido que siguió resonó como un disparo: el cráneo de Cárdenas se aplastó contra la pared, dejando una mancha oscura y densa que se deslizó lentamente hacia el suelo.

Martínez y Salazar, horrorizados, reaccionaron al instante, abriendo fuego con todo lo que tenían. El eco de las ráfagas llenó el pasillo, iluminando la figura del SCP-096 con destellos intermitentes.

La criatura, ajena al dolor, giró hacia ellos, los brazos extendidos y la mandíbula abierta para el ataque final. Pero antes de que pudiera alcanzarlos, Ramos apareció desde el lateral, encarando la escopeta a escasos metros del rostro deformado.

—¡Toma esto! —vociferó mientras apretaba el gatillo.

El impacto fue brutal, pero inútil. Los perdigones rebotaron contra la piel del SCP-096 como si fuera acero. Con un movimiento rápido, la criatura apartó la escopeta con un manotazo y, sin pausa, hundió su mandíbula en el cuello de Ramos, arrancando carne y hueso en una mueca bestial. La sangre salió a presión, salpicando a Martínez y Salazar.

El retumbar de pasos inhumanos resonaba detrás de ellos, cada zancada del SCP-096 más cercana, más desesperante.
Salazar y Martínez corrían por el laberinto de pasillos, jadeando, sintiendo el aire caliente en la nuca, sabiendo que no había mucho tiempo.

—¡No vamos a salir los dos! —gritó Salazar entre dientes.

Martínez no contestó, solo corría… hasta que, de pronto, Salazar lo empujó con fuerza hacia un pasillo lateral.
—¡Por aquí! —dijo con urgencia.

Martínez apenas tuvo tiempo de girar antes de que Salazar cerrara la compuerta de seguridad y bloqueara el mecanismo manualmente. Las miradas se cruzaron un instante a través del cristal reforzado.

—¡Ábreme, joder! ¡Ábreme! —gritó Martínez, golpeando el vidrio.

Salazar, con una media sonrisa triste, negó con la cabeza.
—Corre, hermano.

Dándose media vuelta, encaró a la figura blanca que se abalanzaba por el pasillo. No gritó. No intentó huir. Solo levantó el arma y disparó, sabiendo que no serviría de nada. El SCP-096 lo alcanzó en segundos, reduciéndolo a un amasijo de carne y huesos en un rugido ensordecedor.

Martínez corrió sin mirar atrás, los sollozos ahogados mezclándose con el eco de los disparos fallidos de su amigo. Tras varios pasillos, jadeando, abrió una puerta metálica… y allí, de pie, en la penumbra, estaba el SCP-049-B. Sus movimientos eran lentos pero seguros, su rostro deformado inclinado hacia él como un depredador evaluando a su presa.

Martínez, con la respiración rota, dejó escapar un murmullo cargado de rabia:
—Hijo de puta…

Sabía lo que venía después. No iba a permitirlo. Con manos temblorosas, sacó la 9 mm de su cinturón, apoyó el cañón contra su sien y, sin dudar, apretó el gatillo.
El disparo resonó en el pasillo, apagando para siempre el eco de su respiración.

El cuerpo sin vida de Martínez yacía en el suelo, aún con un rastro de humo saliendo del cañón de su pistola.
El SCP-049-B lo observaba en silencio, ladeando la cabeza como si intentara comprender aquel acto… o como si simplemente estuviera evaluando la inutilidad de su víctima.

Un sonido húmedo y viscoso resonó detrás de él: el goteo de alquitrán negro formándose en la pared.
El SCP-049-B giró lentamente, y de la negrura emergió la figura encorvada y podrida del SCP-106… pero esta vez, portaba dos enormes focos de luz ultravioleta, cada uno vibrando con un zumbido eléctrico.

—Así que… tú eres el “problema” —dijo 106 con una sonrisa podrida, moviendo los focos como si saboreara el momento—. Tengo justo lo que necesito para acabar contigo.

Sin más, encendió ambos focos. Un fulgor intenso iluminó el pasillo… pero el SCP-049-B no gritó, no retrocedió. Solo parpadeó, confundido.

—¿Qué…? —murmuró 106, bajando apenas los focos.

Nada. Ni quemaduras, ni debilitamiento, ni dolor.
La verdad golpeó a 106 como un cubo de agua helada. Su expresión se torció en una mueca de ira.
—¡Maldita sea esa mocosa…! —bramó, comprendiendo que Johana le había mentido descaradamente.

Pero antes de que pudiera continuar su maldición, el SCP-049-B lo interrumpió con voz ronca:
— ¿Eres gilipollas?

La palabra quedó flotando unos segundos, seguida de una carcajada gutural y burlona.
—¿En serio creíste esa tontería? —rió el ente no-muerto, acercándose un paso.

106 gruñó y dejó caer los focos, abalanzándose contra él. El choque fue brutal, hueso contra hueso, garras contra manos deformes.
Los dos monstruos forcejearon, intercambiando golpes secos que hacían retumbar las paredes. 106 no esperaba resistencia física, y mucho menos que el 049-B fuera capaz de repeler sus embestidas con tal fuerza.

En cuestión de segundos, 106 se vio empujado hacia atrás, con su viscosidad chorreando al suelo.
—Tsk… no vales la pena —escupió, retrocediendo.

Un charco negro se formó bajo sus pies y, con una última mirada de odio, 106 se dejó tragar por su propio portal, desapareciendo en la negrura.

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