El reino de las sombras: Prólogo

 

Prólogo


Hubo una era —si es que esa palabra aún tiene sentido— en que el mundo conocía el orden. La luz y la oscuridad coexistían bajo leyes tan antiguas que ni los dioses recordaban quién las escribió. Pero todo cambió cuando el Ángel Oscuro descendió del vacío. Su llegada no fue una invasión, sino una revelación: el orden era una mentira, un disfraz que ocultaba la podredumbre del mundo.

A su llamado acudieron bestias olvidadas, magos proscritos y hombres cansados de servir a un bien que nunca los salvó. Así nació el Ejército del Caos, un torrente de almas que buscaba reescribir la creación misma. Frente a ellos se alzaron las fuerzas del bien, comandadas por un Ángel, su eterno rival, acompañado del Chamán, guardián de la vida, y el Fénix, fuego que renace para purgar la corrupción.

Durante siglos —o días, ya nadie lo distingue—, la guerra se extendió por todos los reinos. El tiempo se quebró bajo el peso de su furia. Espadas medievales cruzaron con rifles de energía; dragones combatieron contra máquinas, y el cielo se partió entre relámpagos y plegarias. Era un conflicto donde el futuro y el pasado se confundieron, y la realidad misma se convirtió en campo de batalla.

Cuando el caos comenzó a dominar, surgió la Bruja Negra, aliada del Ángel Oscuro y madre de los horrores. Su poder era la promesa de un nuevo comienzo... pero también su traición. Sedienta de dominio, vendió la ubicación del ejército del Ángel Oscuro a las Fuerzas del Orden, que aguardaban su momento desde las sombras.

El Ángel Oscuro, traicionado, huyó al Vacío, una grieta entre mundos donde ni la vida ni la muerte pueden alcanzarlo. Su ejército fue aniquilado. Los pocos que quedaron, los que alguna vez fueron mortales, fueron convertidos por la Bruja Negra en huesos vivientes, sirvientes sin voluntad que aún vagan bajo su mando.

Entre ellos, uno solo permaneció fiel: el Errante, último erudito del Ángel Oscuro. Fue capturado por el Orden y sellado en un bloque helado del que ni los dioses saben su ubicación, condenado a soñar con su derrota por toda la eternidad. Algunos dicen que su cuerpo duerme, pero su mente nunca ha callado.

Desde entonces, el mundo no pertenece a nadie. Los reinos cayeron, los dioses callaron, y las eras se mezclaron hasta volverse una sola herida abierta. La guerra terminó… pero su eco sigue respirando entre los escombros.


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