El reino de las sombras: Prólogo
Prólogo
—La decisión está tomada. —dijo una voz grave, húmeda, cargada de resignación.
—No había otra salida… —contestó otra, quebradiza y fría, con un tono tan sereno como implacable.
—¡Siempre hay otra salida! —rugió una voz ardiente, impaciente, cargada de furia—. ¡No deberíamos sellarnos, deberíamos luchar!
—Cállate. —interrumpió la última voz, que resonó con un eco eléctrico, vibrando como un trueno lejano—. Si seguimos despiertos, el mundo se quebrará con nosotros.
Hubo un silencio denso, como si las cuatro voces se miraran sin palabras.
—El mundo de Mahntaf no resistirá las brechas si permanecemos aquí. —dijo finalmente la voz fría—. Debemos aceptar el sacrificio.
—¿Y si no basta? —replicó la voz ardiente, apagándose en un murmullo de frustración.
—Bastará. —sentenció la voz húmeda, con la pesadez de la tierra misma—. Es lo único que podemos ofrecer.
Tras aquellas palabras, no hubo más debate. El aire se impregnó de un crujido helado.
El silencio fue reemplazado por el avance lento y gélido de una fuerza que lo envolvía todo.
Primero, una quietud.
Después, el hielo extendiéndose, cubriendo a cada uno de ellos sin resistencia, apagando los rugidos, los relámpagos y los murmullos de barro.
Finalmente, la voz fría habló una última vez, apenas audible:
—Que el mundo respire, mientras nosotros dormimos…
Y entonces, también él se congeló.
El reposo eterno cayó sobre los cuatro guardianes.
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