Prólogo "Entre café de mierda y ojivas nucleares”

Prólogo

“Entre café de mierda y ojivas nucleares”

El café del comedor sabía a tierra mojada con óxido. Erick lo removía con una cucharita de plástico que parecía derretirse en el líquido, preguntándose si ese sabor era parte del diseño o un defecto acumulado tras décadas sin mantenimiento.

—Tres años currando en este puto sitio y aún no logro acostumbrarme a esta mierda —murmuró, apoyado contra la pared metálica, con el casco al lado y el chaleco desabrochado por la mitad.

Del otro lado de la mesa, Aitor —uniforme nuevo, botas lustrosas y cara de “ya me arrepentí”— soltó una risa breve.

—Deja de quejarte, tío. Al menos tú puedes tomarte un descanso sin que te griten por radio que te prepares para el fin del mundo.

—Anda ya, flipado. Te suben a Mobile Task Force y te crees protagonista de película de acción.

—¿Tú sabes lo que es estar en un briefing de tres horas sobre cómo volarnos todos si algo se sale de control? No me jodas. Ni en las pelis es tan jodido.

Erick alzó las cejas.

—¿Otra vez lo de las ojivas?

—Sí, tío. Ahora nos han metido un nuevo protocolo de seguridad. Si se desmadra todo —chasqueó los dedos—, boom. Autodestrucción del sitio. Fin del problema. Nos dan tres minutos para correr... si es que hay dónde correr.

Erick lo miró sin expresión, luego bebió otro sorbo de su café con resignación.

—¿Y quién decide eso? ¿Alguien con criterio o algún imbécil en una oficina que nunca ha estado en estos pasillos?

—Supongo que un poco de ambos. Pero lo mejor es que ahora tengo que memorizar los códigos, las rutas, las zonas seguras, quién evacúa primero, quién se queda atrás… Y como me equivoque en una simulación, me echan una bronca que me deja temblando.

—Enhorabuena por el ascenso, campeón.

Aitor resopló.

—No te burles, cabrón. Lo que daría por volver a las noches aburridas de patrulla contigo. Al menos ahí sabías que, si pasaba algo, lo peor era terminar oliendo a desinfectante durante una semana.

—Lo peor era quedarnos encerrados en esa sala de monitores sin aire. ¿Te acuerdas? Tenías que sentarte en la esquina porque olías a cloaca.

—Mentira. Era el ventilador que apestaba. No eches mierda donde no hay.

Se rieron. De ese tipo de risa que solo sacan los que han compartido demasiadas horas de guardia, demasiadas noches en silencio, demasiados momentos sin hablar... porque no hacía falta.

—Bueno —dijo Aitor, levantándose y ajustándose el chaleco—. Me toca. Simulación de brecha total. El instructor me cae como el culo, así que si no quiero fregar los baños de los laboratorios durante una semana, mejor llego puntual.

—No te mueras todavía —le dijo Erick sin moverse—. Me da pereza buscar nuevo compañero de comedor.

—Tranquilo, que si pasa algo de verdad, serás el primero en enterarte. Aunque solo sea por la explosión.

—Y tráeme un café decente la próxima vez, gilipollas.

Aitor le lanzó una peineta sin mirar atrás y desapareció por el pasillo. El sonido de sus botas se apagó rápido, absorbido por la estructura del sitio.

Erick se quedó solo, mirando su vaso. El líquido oscuro seguía humeando, pero no desprendía ningún olor. Era como si hasta el café se resignara a la rutina de aquel lugar.

Porque ahí, entre puertas blindadas, luces frías y pasillos eternos, la vida seguía. A su manera. Torcida. Silenciosa. Vigilante.

Y ellos, los de uniforme negro y mirada cansada, eran los que sostenían ese equilibrio con las uñas.

Por ahora. 

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