El reino de las sombras: Capítulo 10: Éxtasis
Capítulo 10: Éxtasis
El sol apenas asomaba entre las copas de los árboles, tiñendo de dorado el bosque húmedo. El aire era fresco, con ese olor a tierra mojada que acompañaba siempre las primeras horas de la mañana. Aitor avanzaba con paso firme, la escopeta descansando sobre su hombro, mientras a unos metros a su lado caminaba Erick, con el arco preparado y un gesto relajado.
Era una jornada de caza más, de esas que se habían vuelto costumbre tras la calma de las últimas semanas. Sin embargo, el silencio fue roto por la voz de Erick, que sonó cargada de picardía:
—Oye, Aitor… —comenzó, con media sonrisa torcida—. ¿Qué pasa entre tú y Beth?
Aitor giró el ojo hacia él, frunciendo el ceño.
—¿Qué? Nada. No pasa nada —respondió de inmediato, casi demasiado rápido.
Erick soltó una carcajada baja.
—Anda ya, no me jodas. Si hasta Emma lo ha notado. Esa forma en la que ella te mira, y tú… bueno, tú tampoco te quedas corto.
Aitor resopló, intentando sonar convincente.
—No, en serio. Entre nosotros no hay nada. —Pero incluso mientras lo decía, sintió ese nudo en el estómago. Porque una parte de él, en el fondo, no odiaba la idea.
Erick alzó una ceja, dándole un golpecito amistoso en el hombro.
—Mira, chaval, puedes negarlo todo lo que quieras, pero yo llevo tiempo observando. Tú actúas como si no lo vieras, pero se nota. Y si me preguntas a mí… creo que hasta te gusta la idea.
Aitor no contestó de inmediato. Solo apretó la mandíbula y apartó la mirada hacia los árboles, fingiendo estar atento a los ruidos del bosque. Pero la sonrisa que luchaba por escaparse de sus labios lo delató un poco.
El bosque parecía tranquilo, solo el crujido de las ramas bajo sus botas y el canto lejano de algún ave acompañaban a los dos cazadores. Aitor estaba a punto de responder a Erick con alguna broma para sacárselo de encima cuando, de pronto, un chasquido seco sonó a su espalda.
No tuvo tiempo de reaccionar. Un irkno surgió entre los arbustos, con esos ojos vacíos y esa piel correosa que parecía hecha de cuero podrido. Aitor levantó la escopeta, pero en el instante de apretar el gatillo el irkno ya estaba demasiado cerca.
Un destello metálico lo interrumpió todo. Erick, con una rapidez instintiva, desenvainó su espada y de un corte certero atravesó al irkno de lado a lado. La criatura soltó un chillido agudo, casi inhumano, antes de desplomarse inerte sobre la tierra.
El cuerpo quedó a unos centímetros de Aitor, que todavía no había conseguido apartarse. Erick retiró la espada con calma, como si no fuera la primera vez que lo hacía —y de hecho no lo era—, y luego le tendió la mano a su compañero.
—Vamos, arriba —dijo con naturalidad, como si hubiesen tropezado con un tronco y nada más.
Aitor, aún con el pulso acelerado, aceptó la mano y se levantó, sacudiéndose el polvo del pantalón. Lo miró de reojo, incrédulo ante la frialdad con la que había despachado al monstruo.
—¿De verdad ni te inmutas? —preguntó, todavía agitado.
Erick encogió los hombros y sonrió.
—Bah, costumbre. Ya deberías estarlo tú también. —Le dio una palmada en la espalda y, como si nada hubiera pasado, retomó el hilo de la charla anterior—. En fin… lo que te decía: lo de Beth. ¿En serio no pasa nada?
Aitor bufó, intentando quitarle importancia al comentario de Erick, pero este lo conocía demasiado bien como para dejarlo escapar.
—No me mires así, sé lo que pienso —dijo Aitor, apartando la vista mientras avanzaba entre los matorrales.
—¿Ah, sí? —replicó Erick con una sonrisa ladeada—. Te conozco desde crío, Aitor, y cada vez que te muerdes el labio y miras al suelo es porque ocultas algo.
Aitor negó con la cabeza, apretando la mandíbula.
—No es nada, Erick.
—Claro, claro… “no es nada”. Igual que cuando tenías doce años y decías que no te gustaba esa castrosa de Nira de la escuela, ¿recuerdas? Y luego no parabas de escribirle notitas.
El comentario hizo que Aitor resoplara, casi ofendido.
—No compares, esto no tiene nada que ver.
—Entonces lo admites —respondió Erick rápido, como un cazador que cierra la trampa—. Te gusta Beth.
Aitor se detuvo un momento, con la escopeta apoyada en el hombro. Tragó saliva y se quedó mirando el horizonte, donde el sol se filtraba entre los árboles.
—…Tal vez. —Su voz salió más baja de lo que esperaba.
Erick sonrió de oreja a oreja.
—Lo sabía. Y no te preocupes, no voy a decir nada a nadie. Solo que… —hizo una pausa, poniéndose más serio—. Si de verdad la quieres, no la dejes escapar. No sabes cuánto tiempo nos queda en este mundo de mierda.
Aitor no respondió. Solo siguió caminando en silencio, con ese pensamiento martilleándole en la cabeza, sabiendo que Erick, como siempre, lo había calado demasiado fácil.
La mañana se les fue rápido entre rastros de huellas, disparos y risas apagadas. Habían conseguido más de lo que esperaban: un par de conejos, un jabalí joven y hasta unas aves que se cruzaron en el momento justo. Erick se encargaba de la mayoría del trabajo pesado, mientras Aitor, con la escopeta siempre lista, hacía lo que podía.
Cuando por fin se dieron un respiro, Aitor se dejó caer sobre una roca y estiró la espalda con un gruñido.
—Joder… creo que me estoy partiendo en dos —dijo, llevándose la mano a los riñones.
Erick soltó una carcajada mientras dejaba el jabalí sobre el suelo.
—No te quejes, que al menos tienes la moto para cargar lo gordo. Yo voy a volver sin piernas de tantas caminatas.
Aitor lo miró de reojo, medio sonriendo, medio fastidiado.
—Eso te pasa por ir de “hombre fuerte” cargando todo tú solo.
—Ya, claro… —refunfuñó Erick, estirando una pierna y luego la otra—. Pero si no lo hago yo, seguro que me dejas a mí hasta el último saco.
Ambos rieron, aunque entre el dolor de espalda de Aitor y las agujetas de Erick, el camino de regreso se les hizo más lento de lo esperado. El aire salado de la costa les acompañaba, recordándoles que, por lo menos, habían tenido una buena jornada.
El sonido de la moto anunció su llegada mucho antes de que entraran en la cueva. Erick bajó con el ceño fruncido, cargando un par de bolsas, mientras Aitor apenas podía disimular que la espalda le dolía a rabiar. Beth y Emma ya estaban esperando, acomodando la mesa improvisada para recibir la caza del día.
—¡Vaya pinta traéis! —soltó Emma con media sonrisa, arqueando una ceja.
—Lo importante es que hay carne —respondió Erick, tirando el jabalí sobre la mesa.
Aitor, sin embargo, no parecía dispuesto a quedarse quieto. Tras dejar la escopeta a un lado y estirarse, se tiró al suelo y comenzó a hacer flexiones. El sudor apenas había empezado a correrle por la frente cuando notó un peso extra en la espalda.
—¿En serio? —gruñó sin levantar la cabeza.
Beth, con una media sonrisa traviesa, había apoyado el pie sobre él, presionando apenas lo suficiente para aumentar la dificultad.
—Venga, grandullón, que así sí cuentas —bromeó—. Si no, hasta yo puedo hacer esas flexiones.
—¿Ah, sí? Pues sube las dos piernas, a ver si es cierto.
Beth soltó una risa suave y se inclinó un poco para mirarlo desde arriba.
—No abuses de tu único ojo, que ya bastante trabajo te cuesta mirarme sin distraerte.
Emma, que estaba a un lado, soltó un suspiro exagerado y se giró hacia Erick. Sus miradas se cruzaron con una complicidad silenciosa.
—Te dije que se gustaban —murmuró ella.
Erick asintió con una sonrisa de medio lado, acomodándose en la silla.
—Más claro no se puede… aunque uno de los dos todavía no lo quiera admitir.
Ambos observaron la escena mientras Beth seguía hablándole a Aitor con esa ligereza pícara, y él, aunque intentaba aparentar indiferencia, no podía esconder la sonrisa que le temblaba en los labios.
Aitor, jadeando ya con los brazos temblorosos, apretó los dientes. La pierna de Beth seguía ahí, presionando su espalda como si nada.
—Vale… basta ya… —murmuró con voz entrecortada.
Beth sonrió, inclinándose un poco más, disfrutando de la situación.
—¿Rendirse tan pronto? Vaya decepción, pensé que eras más fuerte…
Aitor giró los ojos con fastidio, y en un impulso rápido, agarró con fuerza la pierna de Beth y tiró de ella. Ella perdió el equilibrio con un grito ahogado y terminó en el suelo, justo al lado de él.
—¡Oye! —exclamó, dándole un pequeño manotazo en el hombro.
Lo que siguió fue una especie de pelea improvisada: empujones, risas, golpes torpes que no hacían daño alguno. Beth intentaba zafarse, pero Aitor, con esa mezcla de cansancio y terquedad, no la soltaba.
—¡Suelta, idiota! —decía ella entre carcajadas, intentando apartarlo.
—Eso te pasa por pasarte de lista —replicó él, fingiendo seriedad aunque la sonrisa se le escapaba a ratos.
Emma, que observaba la escena con los brazos cruzados, alzó la voz con tono burlón:
—¡Tortolitos!
La palabra retumbó en el aire y fue como un jarro de agua fría. Beth se incorporó de golpe, poniéndose a la defensiva, con las mejillas ligeramente encendidas.
—¿¡Con este!? —dijo señalando a Aitor, fingiendo indignación—. ¡Yo nunca!
Aitor, en cambio, se limitó a recomponerse en silencio. Se levantó, sacudió la tierra de su ropa y, con gesto serio, se apartó para seguir con sus cosas como si nada hubiera pasado.
Beth lo miró de reojo, aún con el corazón acelerado, y aunque intentó mantener su fachada de indiferencia, una sonrisa nerviosa se escapaba de vez en cuando de sus labios.
El resto del día transcurrió con una calma extraña, como si lo ocurrido antes hubiese dejado una chispa en el aire que ninguno de los dos quería reconocer. Aitor se mantuvo ocupado, ayudando a organizar la caza y revisando algunas cosas de la casa, aunque cada tanto cruzaba miradas con Beth. Ella, por su parte, se mostraba más tranquila de lo habitual, sin tantas bromas pesadas, pero no dejaba de rondar cerca de él como si buscara excusas para hablarle.
En uno de esos momentos, mientras Aitor se estiraba con gesto de dolor, soltó un bufido.
—Te diré algo, Beth… me has jodido la espalda más de lo que ya estaba —dijo, girando el cuello con gesto molesto.
Beth lo miró, cruzándose de brazos, y en lugar de disculparse, soltó una carcajada que resonó por toda la cueva.
—¿De verdad? —respondió, inclinándose hacia él con esa sonrisa pícara suya—. ¿Y de quién es la culpa por hacerse el fuerte?
Aitor entrecerró el único ojo que podía y negó con la cabeza, aunque no pudo evitar que se le escapara una leve sonrisa cansada.
—La tuya, como siempre —murmuró, dejándose caer en una silla.
Beth solo se rio más fuerte, disfrutando del reproche, como si lo que acababa de escuchar fuese más un halago que una queja.
Y aunque el ambiente parecía relajado, ambos sabían, en silencio, que esa cercanía empezaba a volverse costumbre.
El ambiente quedó suspendido unos segundos, hasta que una voz rompió la calma.
—¡Vamos, vagos, que la cena está lista! —gritó Erick desde la entrada, con ese tono entre orden y burla que siempre usaba.
Aitor se levantó despacio, aún sobándose la espalda, mientras Beth lo miraba divertida.
—Menos mal que alguien sabe cuidar de ti —comentó ella con sorna, señalando hacia donde Erick los llamaba.
Aitor soltó un resoplido y caminó hacia la mesa. Beth lo siguió detrás, todavía riéndose por lo bajo, mientras Emma ya los esperaba sentada, con gesto paciente pero con esa sonrisa cómplice que delataba que ella también había visto demasiado durante el día.
El grupo se reunió alrededor de la comida caliente, y aunque parecía una noche más, la tensión juguetona entre Aitor y Beth seguía flotando como un secreto que todos, menos ellos, tenían completamente claro.
La cena transcurría entre risas y conversaciones sueltas hasta que, como era de esperarse, Erick no pudo contenerse más.
—A ver, ¿cuándo piensan decirnos la verdad? —soltó con una sonrisa pícara, mientras pinchaba un trozo de carne con su tenedor.
Beth frunció el ceño y levantó la voz.
—¿Otra vez con lo mismo, Erick? Ya te dije que no hay nada. ¡Nada! —repitió, con un tono que buscaba sonar tajante pero que se notaba más defensivo que otra cosa.
Emma rodó los ojos, sin quitar la sonrisa.
—Erick, déjalos en paz, que los vas a hacer sonrojar.
—¡Por favor! —bufó Beth, encarándose con Erick—. ¿Yo, con este? —dijo señalando a Aitor con el tenedor, como si la idea fuera absurda.
Aitor, sin embargo, no dijo nada. Se limitó a seguir comiendo, con el gesto serio de siempre, pero sin negar nada. Ese silencio pesó en la mesa más que cualquier respuesta.
Beth, al notarlo, lo miró de reojo, como esperando que él se defendiera o negara, pero nada salió de su boca. Una chispa de curiosidad cruzó por su mirada, y aunque quiso retomar la discusión con Erick, no pudo evitar quedarse pensativa unos segundos, observando a Aitor.
Erick sonrió satisfecho.
—Ajá… calladito pero asentando, ¿eh?
Beth apretó los labios, no dijo nada más. Pero su mirada clavada en Aitor hablaba por sí sola.
La cena terminó entre las bromas de Erick y las miradas silenciosas de Aitor y Beth. Al rato, Aitor se retiró primero a la habitación que compartía con ella, buscando un poco de paz. Se sentó en el borde de la cama, inclinándose hacia adelante mientras intentaba aliviar la tensión de su propia espalda con torpes automasajes.
Unos minutos después, la puerta se abrió suavemente y Beth entró. Se detuvo al verlo, con una sonrisa divertida.
—¿De verdad te duele tanto? —preguntó con un tono entre burla y curiosidad, apoyándose contra el marco de la puerta.
Aitor suspiró, sin dejar de apretar la zona lumbar con sus propias manos.
—Sí… no tienes idea. Desde la caza llevo la espalda hecha polvo —respondió con sinceridad, un poco cansado.
Beth rodó los ojos, como si aquel intento de automasaje le pareciera patético.
—Anda, para ya —dijo acercándose con pasos tranquilos.
Antes de que Aitor pudiera decir algo, ella se colocó detrás de él y apoyó suavemente las manos en sus hombros. Con un gesto seguro, comenzó a masajear la zona, sus dedos recorriendo con firmeza cada punto de tensión.
Aitor se tensó al principio, sorprendido por el contacto, pero poco a poco el alivio lo obligó a soltar un suspiro involuntario.
—¿Ves? —murmuró Beth con una sonrisa que él no veía—. Mucho mejor que andar haciéndolo tú solo.
El ambiente en la habitación se volvió más íntimo, más silencioso, roto solo por la respiración relajada de Aitor y el murmullo bajo de Beth que, entre broma y broma, escondía un extraño cuidado hacia él.
Aitor dejó caer la cabeza hacia adelante, apoyando la frente casi sobre sus manos, dejándose llevar por el calor de las manos de Beth sobre su espalda. Cada movimiento suyo era firme, seguro, y, aunque ella hablaba con ligereza, había en su toque un cuidado que él no había sentido en mucho tiempo.
—No está tan mal… —murmuró él, entrecerrando los ojos—. Me… relaja.
Beth sonrió de lado, escuchando cómo la tensión de Aitor empezaba a ceder. Sus dedos seguían recorriendo la espalda con precisión, deteniéndose en los nudos que él ni siquiera sabía que tenía. El aroma tenue de su olor llenaba la habitación, y por un instante Aitor sintió que podía olvidarse de todo lo demás.
—Siempre podrías pedir ayuda antes de terminar hecho un desastre —dijo ella, con un tono mitad reproche, mitad juego. Se inclinó un poco más hacia él, acercando su rostro a la nuca de Aitor sin que él pudiera verla del todo.
Él suspiró, dejando escapar un pequeño alarido de alivio, y por un momento todo quedó suspendido entre ellos: las miradas que no se habían cruzado, los gestos silenciosos que decían más que cualquier palabra.
—Gracias… Beth —dijo finalmente, con voz baja, casi tímida. Sus hombros se relajaron por completo bajo el contacto de ella, y algo en su pecho se sintió más ligero, más cercano.
Beth se quedó allí unos segundos más, disfrutando de aquel silencio compartido, antes de apretar suavemente, dejando tras de sí un calor que Aitor aún sentía mucho después de que la puerta se cerrara.
Beth se apartó un poco, con una sonrisa divertida, y dijo con ligereza:
—Vaya tontería lo que dicen Erick y Emma de que nos gustamos… ¿no?
Aitor no respondió. Su mirada permanecía en el suelo, y su respiración seguía algo entrecortada por el masaje. Beth se quedó en silencio unos segundos, observándolo, como si midiera el momento exacto para avanzar.
Finalmente, su voz bajó un tono, más suave, más directa:
—Aitor… ¿te gusto?
Él tardó un instante, y luego, con calma y sin miedo, respondió lentamente:
—Sí.
Beth esbozó una sonrisa, como si hubiera esperado esa respuesta y ahora quisiera jugar un poco. Sin apartarse, se inclinó más sobre su espalda, dejando que su pecho rozara suavemente la de él, y susurró entre risas juguetonas:
—¿Y me deseas?
Cada palabra parecía acariciar más que el aire; el contacto de su cuerpo sobre el de Aitor se volvía más intenso, más cercano, mientras él sentía cómo el calor de ella se extendía por su espalda y su pecho. Su corazón latía con fuerza, atrapado entre la sorpresa, la emoción y el deseo silencioso que ambos compartían en aquella intimidad cargada de juego y complicidad.
Beth se movió con suavidad, pero con determinación, y giró a Aitor para que quedaran cara a cara. Su rostro estaba sereno, casi inexpresivo, y Aitor no lograba descifrar qué estaba pensando. Un cosquilleo de nervios recorrió su espalda; su corazón comenzó a latir con fuerza mientras intentaba leerla, pero era imposible.
Beth se inclinó lentamente, sin prisa, y apoyó sus labios sobre los de Aitor en un beso breve pero intenso. Él se tensó al principio, sorprendido, pero pronto se dejó llevar por la sinceridad del gesto. Cuando se separaron, Beth lo miró fijamente, sin picardía, solo con una honestidad profunda en la mirada que lo dejó sin palabras.
Aitor pensaba en su cabeza que decir o que hacer, beth al momento empezó a reírse bajito, sin mediar palabra Beth empujó a Aitor hasta tumbarlo en la cama, Beth con destreza felina se subió encima, Aitor sorprendido pero tampoco sin quejarse agarró la cintura de Beth.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto Beth?—
Beth solo se limitó a reírse un poco y acercarse a su cara.
—No lo estropees bobo—
Las risas se hicieron cómplices, Aitor estaba nervioso y Beth más lanzada daba la iniciativa, con cierta brusquedad beth besaba a Aitor mientras le intentaba quitar algunas prendas de ropa, Aitor más delicado hacía lo mismo que Beth, al cabo de unos besos ya no quedó ropa, solo piel con piel, sentimiento con sentimiento, no era un momento de estupideces, ni era algo de lo que fardar, era bonito, sincero, mutuo.
Las respiraciones agitadas no tardaron en llegar, con ellas algún gemido que se mezclaba con las risas, Aitor estaba en una nube en ese momento, no sabía que estaba pasando pero no quería arruinarlo, Beth con la mirada fija en Aitor, le hacía caricias con ternura, con sentimiento, el momento era único, caliente, gracioso, verdadero, Las palabras sobraban, el contacto daba todas las señales que se necesitaban, Aitor nunca lo había experimentado así, lejos de los calentones de adolescente, más centrado en lo mutuo, las caricias y los besos.
Los minutos pasaron, la chispa seguía encendida pero el sueño se adueñaba de los dos, tras pasar por el éxtasis, Aitor cayó rendido en la cama q sorprendentemente aguantaba a dos personas, Beth a su lado se dedicaba a pasar su dedo por los brazos trabajados y el pecho de Aitor, de vez en cuando acompañándolo con un beso, cuando Beth quiso mirar de nuevo a Aitor este ya estaba dormido, Beth solo se limitó a reírse un poco, no se molestó en volver a vestirse, ninguno de los dos lo hizo, beth se agarró firmemente a Aitor y cerró los ojos, no sabia q habia ocurrido, fue demasiado espontáneo, pero fue bonito, Beth finalmente dejo de pensar y su cuerpo sacó un leve ronquido, se había dormido.


Comentarios