El último erudito: 2
El último erudito: 2 Aitor despertó antes de que sonara la alarma. La habitación estaba en penumbra, apenas un hilo de luz colándose por la rendija de la persiana. Por un momento pensó en quedarse quieto, fingir que el día no había empezado, pero el peso en el pecho no lo dejaba. Hoy tenía que ir a la esquina. No quería, pero debía hacerlo. Se sentó en la cama y respiró hondo. La casa aún dormía; solo se oía el tic-tac del reloj y algún coche lejano que rompía el silencio. Caminó hasta su escritorio, abrió el cajón y sacó el pequeño colgante dorado. La cruz brilló débilmente con la luz gris de la mañana. No se lo puso. Lo sostuvo entre los dedos, enredando la fina cadena con un gesto automático, como si buscara fuerza en ese metal frío. Cerró los ojos. No recitó ninguna oración aprendida. Sus palabras fueron torpes, mezcladas, medio susurros: —Abuelo… si estás escuchando, no me dejes hacer ninguna estupidez hoy. El nudo en la garganta le ardió. Aitor no le rezaba a ningún dios...